LATIDOS CULTURALES//Leyendas de Toluca

Una de las historias populares más macabras entre las creadas en el siglo XX es la que hace referencia a un conductor que en el último momento decide no recoger a un viajante.

Generalmente el narrador comienza diciendo: «¿Te conté lo que le ocurrió a mi amigo? Bueno, de hecho fue a su primo…». Y continúa así: Un automovilista va conduciendo por una carretera, cuando ve a un hombre joven con el pulgar levantado. Al disminuir la velocidad para recogerlo queda consternado al ver que detrás de los arbustos o árboles de la carretera asoman dos o tres compañeros suyos.

Considerando quizá que están abusando de su generosidad, o tal vez alarmado ante la posibilidad de que se trate de una banda de ladrones, el conductor decide en el último momento no recogerlos. Los viajantes se encuentran ya bastante cerca del coche, pero el conductor pisa el acelerador a fondo y se aleja tan rápido como puede. Los viajantes parecen enojados: gritan y chillan mientras el automovilista se aleja.

 Feliz de haber logrado escapar a tiempo, el conductor sigue su camino unos kilómetros sin detenerse. Después, al comprobar que el indicador de la gasolina se acerca al cero, se para en una estación de servicio.

Acto seguido observa que el operario de la estación de servicio, lívido como la cera, se aparta horrorizado del coche. El conductor baja para ver qué es lo que pasa, y queda paralizado de horror ante lo que ven sus ojos.  Atrapados en una de las manijas de la puerta hay cuatro dedos humanos.

Cerro la Teresona

Dicen que debajo del Cerro del Elefante hay una ciudad encantada y se dice que está habitada por el Diablo y que un día que una señora quería verlo, se tuvo que desvestir y se montó en una cabra. Nunca más se supo de ella.

Dicen que la ciudad se llama Tollocan. .

La leyenda del ahorcado

Sucedió en tiempo coloniales, en la ciudad mexicana de Toluca, en lo que fuera el Virreinato de Nueva España, que una mujer de la aristocracia local, Isabel Hernández, corrió con angustia a presentarse ante su confesor, el padre Benito de Pedrochea, a someterse a confesión y relatar el mal que la aquejaba: a cualquier hora, fuera de día o de noche, la figura de un hombre colgado, pendiendo siniestramente de una soga, se aparecía en una habitación, y quedaba allí por un buen tiempo, aun cuando los gritos o la huida desesperada de la señora trataran de ahuyentarlo. Al principio, el padre Benito restó importancia al asunto, tranquilizando a Isabel y diciéndole que se trataba seguramente de su imaginación, que ciertamente habría sido algún mal sueño que se repetía. Pero todas las semanas la señora Isabel se apersonaba en la iglesia para contar su infortunio; finalmente el padre Benito se cansó y prometió que concurría a casa de Isabel para hacerle entrar en razón y demostrarle que no tenía nada que temer mientras su alma estuviera libre de pecado.

Fue así que el padre Benito se acercó a la residencia de la señora Isabel Hernández y aguardó a que se produjera el portento. Dieron las doce, el padre estaba a punto de retirarse, cuando, a pesar de su estupefacción, la figura de un hombre ahorcado apareció ante sus ojos, en medio del dormitorio de Isabel. La señora se desmayó; el padre, haciendo uso de toda su presencia de ánimo, increpó a la figura y lo conminó, en nombre de la religión, a que confesara que pretendía. Con voz doliente, el hombre indicó que sólo hablaría con Isabel. Pese a la contrariedad que esto le provocaría, Isabel fue despertada, y con el auxilio del padre Benito y los aterrorizados criados, dialogó con el fantasma.

El hombre, con voz dolorida pero firme, contó que años atrás había deshonrado a una joven mujer, que ahora vivía encerrada por la vergüenza, prometiéndole matrimonio para que ella se le entregara, cuando en realidad no pensaba hacerlo. Tras haber cumplido con su objetivo, el hombre huyó del pueblo. Poco después había muerto en un accidente. Desde entonces se hallaba en un lugar lúgubre, sombrío, doloroso (no en el sentido físico) del que sabía que podría salir si obtenía el perdón de la mujer que había perjudicado, que no era sino la hija de una cercana amiga de Isabel. Tal era la razón por la que rogaba que Isabel intercediera y lograra de esa mujer.

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