REFLEXIONES// De una abuela

Hoy desperté más temprano que nunca. Me quede por largo rato en la cama, realice una recorrido por mis pensamientos y sin planearlo regrese a mi infancia, aquella en la que no existía la computadora,  el celular o Xbox  y ni siquiera la televisión a color.

Me encontré jugando en las calles con los niños de mi época. Recordé la pelota que solíamos compartir, el turrón de azúcar que robaba de la mesa a mi madre para remojarlo en el café y así mitigar el hambre hasta que ella nos llamara a comer.

Recordé a mis hermanos llorando por cualquier cosa. Me encontré cuando iba a la primaria y por un momento me detuvo un pensamiento, la muerte de mi padre. Era tan sólo una niña, ahí, precisamente ahí comencé a crecer. Me di cuenta que juegos, escuela, amigos tendrían que pasar a otro plano. Entendí que emprendía una etapa diferente en mi vida, que mi maleta de sueños, ilusiones y esperanzas la tendría que guardar porque alguien debía  ayudar a mamá y comencé esta etapa con el corazón en la mano, pensando que rumbo tomarían mis sueños y hacía que dirección vagarían mis esperanzas y  anhelos.

Por un tiempo viaje con mi maleta de soltera imaginaria. Estaba llena de hábitos en el vestir, comer, dormir, de costumbres y manías, de recuerdos, lugares, estrellas, arboles, días y noches. Esperando compartirlos un día con alguien y cuando ese alguien aparezca, pensé, por fin, abriré mi maleta y sacaré aquellas cosas que llevo guardadas para  mostrarlas al amor de mi vida.

Solo él,  es merecedor de tan grande tesoro, pero sabes, duró poco tiempo. Al pasar  los años me di cuenta que había ya olvidado mi  veliz en algún lugar de la casa y había comenzado a llenar otro. Aquella maleta de esposa, amiga y consejera. La estaba llenando de hábitos, costumbres y manías que no eran mías pero las aceptaba.

Esta nueva maleta,  tenía besos, abrazos, dolores, frustraciones y  enfermedades, pero algo que me llena más  de asombro y a la vez de alegría,  es que se llenó  de risas, juegos, lloriqueos, de unos tocotines que no dejaban de bailar. Se fue llenando de camisas sucias,  por el chocolate de un helado;  del vestido recién puesto manchado de lodo,  porque sus manitas se habían ensuciado. En esa ocasión me vi en la necesidad de traer otra maleta más, la de madre.  Me convertí en mamá. En tan poco años había pasado de niña a adolescente y de adolescente a esposa, porque has de saber que no tuve  tiempo para disfrutar de la juventud, pase  de esposa a madre.

Deje mis sueños para tomar los de mis hijos. Abandone mis esperanzas para levantar con ellos el vuelo que los llevará a las alturas. Olvide mis ilusiones para construirles un mundo lleno de colores, con los cuales iluminarían sus propias vidas,  y así fue.

Más cuando me di cuenta, mi cabeza comenzaba a llenarse de hilos blancos,  esos que se tejen en la cabeza sin nuestro permiso,esos que logran que la gente te hable con más respeto, esos con los que la gente te admira porque a pesar de ellos, te sigues viendo joven; y es ahí, cuando dices: “ahora sí, abriré otra vez mi maleta y la llenaré de halagos, piropos y una que otra coquetería y se la mostraré al compañero de mi juventud”. Sin embargo, no contaba con las hermosas sorpresas que te da la vida,  había llegado el momento de cerrar mi maleta y entregar una nueva para guardar objetos de colores, sean rosas, azules, blancos o amarillos, regalos,  juguetes, besos, abrazos tiernos y cuidados. En ella también guardaría fechas especiales,  porque vendrían a verme no solamente en mi cumpleaños o el día de la madre o el día de la mujer;  sino que agregaría una fecha más, el día de las abuelas y, para entonces,  ya se habrían tejido en mi cabeza más de mil hilos blancos.

Mi cuerpo ya no era esbelto y escultural, se había convertido en un pequeño semi bastón encorvado, mi piel ya no era liza ni estirada,  por el contrario, tenía tantas arrugas que bien podrían semejar los bigotes de un gato o las patas de una araña, los muslos de mis piernas ya no eran las atléticas de la juventud, solamente eran dos piernas funcionales para caminar.

Mis ojos ya no son los de un halcón que alcanzaban a visualizar perfectamente los objetos, sino que ahora sólo eran para leer y eso con lentes;  y que decir, de mis dientes, ya no más cacahuates, ni muéganos, ni cosas frías ni demasiado calientes pues solo me quedaba uno que otro funcional y mi dentadura postiza que tendría que cuidar.

Habían pasado los años. Ahora me doy cuenta que llegue a esta vida sin una maleta. Me doy cuenta que fui llenando mi vida de cosas que bien podrían estar en un veliz gigante.

Hoy con todo el esfuerzo que implica  tener más de 80 años, me levantaré y abriré mis maletas, se las enseñaré ya no al compañero de mi juventud, pues ha vivido conmigo todos estos años. Se las mostraré a quienes son la extensión de mi vida, a aquellos que me darán vida cuando ya no este,  aquellos que las tomarán y se las enseñaran a la extensión de su vida.

Me refiero a “mis adorables nietos”.