REFLEXIÓN//Miraba al suelo

Todos los días salgo muy temprano y me encamino al transporte que me lleva al trabajo, sin embargo, junto a la paradero del autobús, se encuentra una ventana con cortinas blancas delgadas casi transparentes y aunque no quiera voltear es imposible,  pues en ocasiones el ruido me hace mirar y observar a una mujer que va, viene, recoge, acomoda su sala y se lleva todo lo que no pertenece ahí.

Me llama la atención que todo lo hace es como si buscará algo que se le ha perdido, algo le han robado, como si la hubiesen dejado vacía.

Con la mirada puesta en el suelo de vez en cuando se acomoda su cabello detrás de su oreja, parece como extraviada.

La he visto triste. Su rostro ya no sonríe. De sus labios ya no brotan alegrías. La veo hundida, sin ánimo, sin fuerzas, no es la de antes y no sé porque, no alcanzo a comprender que le paso, pero dejo de brillar, dejo de cantar y  bailar.

En ocasiones observo un hombre de silueta y complexión media, con un aire de arrogancia y soberbia, pues al actuar de ella,  se pone tenso, levanta la voz y la mujer se encoge.
También observo a unos jóvenes que muy de mañana se alistan para salir. Todos se apuran, levantan la voz entre ellos.

En ocasiones le gritan y pienso ¿porque la hieren?, ¿porque rompen su alma en mil pedazos?, como cuando alguien arremete con fuerzas y desfigura un rostro. La observó que se muere y nadie la ve. Nadie percibe que su alma se fue.

Un día me di valor y la aborde, pues como hombre me causó indignación, tal vez tenga ella su razón o no, pero esto descubrí:

El compañero de su vida se ausento, se acabaron para ella las mañanas, las palabras de amor. Ya no existían más susurros, ni palabras dulces al oído. Ya no más, te pienso, te extraño, te amo.

Los días se tornaron en noches obscuras, las estrellas perdieron su esplendor, dejo de sentir. Le cortaron sus ganas de expresar, sus ganas de vivir, de entregarse una vez más.

El matrimonio más que una institución, es una decisión, en la cual intervienen intereses mutuos; de los cuales, primero están los del corazón, después los económicos, luego los sociales y por último los espirituales.

Una decisión por voluntad propia entre dos personas que quieren compartir, quieren estar, caminar, abrazar, pasear, divertirse; de tal forma, que saben que se pertenecen el uno al otro por mutuo consentimiento.

Sin embargo, muchos creen que al llegar a un compromiso de esta magnitud, alguno de los dos tiene que renunciar aquellas cosas con las que se conocieron y con las que se aceptaron. Por ejemplo: al trabajo, estudios, a la convivencia con la familia, incluso hasta la forma de vestir. Pareciera que están comprando una mercancía con la cual pueden hacer lo que sea su voluntad

Reflexionemos nadie es dueño de nadie. Las personas no son objetos que pueden cambiarse, reparar, suplir o sustituir e incluso maltratar. Mejor aprendamos amar y vivir.

Otra cara de la vida…